Tengo el vicio de reírme sola como una loca mientras recuerdo tonterías. El de caminar sonriendo, sobre todo después de ver a alguien especial. De escuchar la misma canción muchas veces, de tranquilizarme bailando. De escribir frases sueltas y pensar que algún día alguien me las dirá. El vicio de hacer lo posible para sentirme mejor. El de no sentirme mal cuando estoy triste, sino el de disfrutar un poco de la tristeza. El vicio de soplar al aire cuando hace frío. El de dormir y soñar rarezas, soy capaz de inventar otro mundo. El vicio de fallar en cosas fáciles y acertar las difíciles, una y otra vez. De sentarme atrás en el coche y pensar en nada. Tengo el vicio de siempre creer que no me van a fallar. Y el de empezar las cosas por su final.
Es como un vicio, un adictivo. Me gusta porque va en pequeñas dosis, intensas, pero pequeñas. Me gusta porque acelera el pulso, sube la adrenalina. Porque es algo muy flexible pero fácil de romperse. Me gusta porque no tiene sentido ni hace falta buscarle explicación. Porque te provoca fanatismo, te hace sentir libre pero nunca te libera. Porque la palabra clave es: improvisación. Y sabe ponerte a prueba. Porque es irremediable e incurable. Produce locura y eso, me gusta.
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