Cuando todo se tuerza, cuando veas todo negro aunque los demás lo vean de color rosa, cuando no veas el vaso ni medio lleno ni medio vacío porque directamente no ves el vaso, cuando la noche anterior no dormiste pensando en todos los problemas. Cuando te pases una hora llorando cada día porque no encuentras ninguna solución, cuando te caigas y decidas no levantarte, cuando te hayan hecho una promesa y no la hayan cumplido. Cuando no tengas ganas de hacer nada, cuando tu estado de ánimo sea pésimo, cuando te sientas lo peor del mundo, cuando estés sola. Cuando no quieras hablar ni de nada ni con nadie, cuando sientas que la muerte te ha rozado la piel y hayas sentido el mayor miedo que jamás imaginaste o que pudieras sentir. Cuando las horas del reloj pasen muy lentas, incluso cuando pasen rápidas, cuando sonrías, llores, saltes, aplaudas, grites, andes o corras. Cuando todo esto y más ocurra es cuando verdaderamente conocerás el motivo de su existencia.
Es como un vicio, un adictivo. Me gusta porque va en pequeñas dosis, intensas, pero pequeñas. Me gusta porque acelera el pulso, sube la adrenalina. Porque es algo muy flexible pero fácil de romperse. Me gusta porque no tiene sentido ni hace falta buscarle explicación. Porque te provoca fanatismo, te hace sentir libre pero nunca te libera. Porque la palabra clave es: improvisación. Y sabe ponerte a prueba. Porque es irremediable e incurable. Produce locura y eso, me gusta.
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